Las emociones se pueden definir operativamente como un pensamiento que activa el sistema nercioso central (SNC) y hacen que nos sintamos de una determinada manera. Por ejemplo, cuando tenemos miedo, se desencadenan una serie de respuestas fisiológicas, tales como sudoración o aumento de la frecuencia cardíaca. ¿O no es así? Esta relación causa-efecto parece clara a priori, pero muchas veces, la lógica formal puede llevarnos a conclusiones engañosas. Veamos porqué.
La investigación de las emociones a lo largo de la historia
En 1884 el psicólogo William James y el fisiólogo Carl Lange, sugirieron, de manera independiente, que las emociones son elicitadas por la fisiología y no por la cognición. Las situaciones generadoras de emociones, provocan una serie de respuestas fisiológicas -siguiendo el ejemplo, sudoración y amento de la frecuencia cardíaca- que son procesadas por el cerebro a través de la información que recibe de los músculos y los órganos que producen la respuesta neurovegetativa. Según James y Lange, es esta información, la que desencadena la sensación (subjetiva) de la emoción de miedo. Contrariamente a nuestra definición inicial, ambos creian que primero sentimos la activación fisiológica y despues sentimos (pensamos) la emoción.
En 1927 Walter Cannon inició una investigación que contradecía las propuestas de la teoría de James-Lange. Cannon estaba interesado en dar una explicación científica a la fisiología de la emoción y para ello experimentó con animales. Asi fue como observó que, seccionando los nervios que aportaban la información fisiológica al cerebro, no se suprimía la conducta de huida ante una situación que provocaba miendo en los animales. Interpretó entonces, que la «orden de sentir miedo» venía del SNC y no del sistema nervioso periférico. En realidad, lo que estaba midiendo Cannon, solamente era una conducta. No sabía si esa conducta estaba mediada por una emoción y no podía preguntar a los animales qué sentían.
Años más tarde, su discípulo Philip Brad propuso lo que hoy se conoce como la teoría de Cannon-Brad. En ella se proponía que los estímulos emocionales se elicitan por dos vias. Tanto la emoción, como la reacción ante el estímulo serian simultaneas. Esta idea supera a las concepciones de su maestro y también las de James y Lange, acercándose a la idea actual de la interación de ambos mecanismos.
Desde entonces, varios experimentos trataron de afinar ambas teorías. En el año 1966 Hohman estudió la fisiología de las emociones en personas que tenían lesiones prévias en la médula espinal. Comprobó que las emociones eran subjetivamente menos intensan que antes de la lesión. Algunos sentimientos, como el enfado, se veían atenuados. Uno de los pacientes afirmaba que «sentía una especie de ira fría que poco a poco iba convirtiéndose en un enfado mental» otro informaba de como la imaginación elicitaba la emoción de enfado, pero no con tanta intensidad.
Experimentos realizados en la década de los 90 y 2000, ponen de manifiesto que fingir una determinada emoción, por ejemplo sonreir para aparentar felicidad, activa las receptores del SNC que se relacionan con esa emoción, por tanto, podría llegar a elicitarla.
Queda patente la doble vía de acceso para percibir las emociones. A pesar de que se puede experimentar una emoción por una sola de las vías, la intensidad de la misma se verá atenuada por la inexistencia de uno de los circuitos.
En la actualidad se acepta que todas las estructuras del sistema nervioso central y periférico están implicadas en mayor o menor medida en la percepción de las emociones. Esta implicación depende de la emoción de la que hablemos, ya que los neurobiólogos consideran que cada emoción tiene un circuito específico. No es unitario, como pensaban los pioneros de la fisiología de la emoción. Las nuevas técnicas de neuroimagen han ayudado a contrastar las meritorias teorías de James, Lange, Cannon y compañía. Estas teorías, que se fundamentaban en la observación natural, en la introspección y el autoinforme han servido enormemente al avance científico en el campo de la emoción. Pero el cerebro y la cognición humana siguen siendo los grandes desconocidos del mundo científico. ¡Sigamos!